la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

martes, 27 de enero de 2015

silencio y ruido

Odiar. A matar. A muerte. Hasta morir. En ti. En ese verde, por esa noche. Por el silencio. Y el ruido. Por no saber salir del laberinto de aquel portal y por dormir en la calle. En la calle literal. Por el camino y las azoteas, por las veces que no dormimos, por las cosquillas. Por el primer beso, por los que todavía no te he dado, por los que te quedan por darme. (y porque nunca llegue el último)
Por ti.

Ahora sé que estuve muerta. Ahora es cuando estoy empezando a contar todos los pedazos en los que me fragmenté. Ahora es cuando echo de menos todos los que doy por perdidos, o no sé buscar, ni encontrar.
Ahora comprendo el concepto de desangrarse, de quedarse sin líquido que bombear y de que se te estropee esa máquina que lo lleva a cabo. Porque en el fondo es eso, máquina y no corazón.
(Corazón, no eres tú, no soy yo, es que me hicieron creer que no te tenía.)

Ahora sé que hasta ahora, mis sentimientos carecían de alegría. Ahora entiendo lo que es desempolvar la felicidad y llegar tarde al entierro del olvido. Te juro que no quise llevarte rosas, yo tenía la intención de traerte espinas. Que para espina, la que me has quitado y para hemorragia, la que estás deteniendo.

Encontrarse al dolor de la mano de un desconocido mientras te mira suplicando volver puede llegar a ser hasta placentero. Créeme, sé de lo que hablo. Esto no es sólo un intento de. Ahora sé sentir que no, que ya no más, que va tocando volver a la vida, que han sido muchos los tangos con la muerte.
No niego que te echaré de menos, melancolía, pero ojalá que nunca nos volvamos a ver. Quema el certificado del acta de mi defunción, querida mía: estoy aprendiendo a vivir.


Por mucho que sea enero de nuevo, yo me quedo con diciembre.