la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

domingo, 24 de febrero de 2013

La saeta. - A. Machado

¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero,

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

sábado, 23 de febrero de 2013

Desahogo (26)

Recuerdo que volar era dormirme con la cabeza en tu hombro. Que estar sano era saber que estabas bien. Que los besos tenían secuela.
Recuerdo que estar lejos era no dejaría solos.




Recuerdo que cuando te ibas sin decirme, volvías al rato.

Hasta que una vez te fuiste y no volviste a volver.

Y las medias noches se hicieron noches a medias.





                                                                 J. Porcupine. 

domingo, 10 de febrero de 2013

El día que deje de escribir.

El día que deje de escribir sobre ti... En el preciso momento en el que no redacte nada que tenga que ver contigo...

Y de sobra sé que eso no llegará nunca. Sabes tan bien como yo que es imposible. 
No puedo dejar de escribirte, ni de echarte de menos. No puedo olvidar algo que nunca tuvo lugar.
Eres droga. De esa que mata muy poco a poco y lentamente, que te va arrancando el subconsciente para manipularlo, para hacer necesario un recuerdo tuyo como mínimo al día, o relacionar lo que sea contigo aunque no tenga nada que ver. Y te consume, y te mata, y te deja tonta. Aún conociendo que dueles, te necesito aquí. A-Q-U-Í. Y ahora, pero sobretodo aquí. No me importaría morir de sobredosis si es por ti, por un beso, por tenerte conmigo. Porque lo demás me da exactamente igual.
Porque tú, contigo, o sin ti. Después ya no hay nada. Vacío, soledad, silencio, ganas de odiarte, días para quererte y lágrimas que derramar al sonreír pensando en aquellos tiempos en los que yo a ti también te importaba. 
Eres una especie de rutina, pero no cansas.

jueves, 7 de febrero de 2013

"trescatorce"

No puedo obviar el hecho de echarte de menos, ni el arte con el que me escribías, ni los versos que te dedicaba en secreto, ni las noches pensando en "tú y yo", a kilómetros de distancia.
No puedo evitar una sonrisa rota, tonta, cada vez que tu rostro decide aparecer por mi memoria, y eso que no te recuerdo tal y como te conocí, sino tal y como me dejaste.   
Desisto de querer dejar de escribirte, de intentar olvidarte, de hacer como si nunca te hubiese conocido, como si no hubiese ganado nada, algo así a invertir el significado de esa frase: "Como si hubiéramos ganado por habernos conocido." Cuando en vez de ganar hemos perdido, nos perdimos el uno al otro. 
Vacío. Soledad. Un desastre. En mayúsculas. De esos que duelen con tan sólo pensarlo y ya se sabe, si duele, inspira. Y si inspira, escribe. 
Tampoco puedo decirte que te echo en falta de la misma manera a la de antes. Aunque  te sigo necesitando. Pero he dejado de buscarte, a pesar de que recalco que jamás me importaría encontrarme contigo. No sé que capricho del destino, ni que suerte, desgracia, casualidad o como quieras llamarlo decidió ponernos al uno en la vida del otro. Pero está claro que se equivocó.  Ya ves, hasta esas cosas se equivocan, y no descarto el hecho de que yo también lo hacía cuando te escribía, o simplemente, cada vez que decido desahogarme de esta manera. 
Aún así sigues doliendo. Estás ahí y de sobra sé que seguirás presente, al menos, por un tiempo. Después, después no sé. Sigo sin poder concebir mi vida sin ti. Irónico, ¿verdad? Las cosas que más joden son, a veces, las que más necesitas. 

Frío como el mes de enero.


Nada es eterno. Y bien lo sabe ella. Ha perdido la noción del tiempo desde hace ya unos cuantos de días. La verdad es que eso ahora tampoco le importa mucho.  

Piensa que tiene motivos para no salir de las cuatro paredes que componen su habitación. Él se ha ido. Su adiós no escondía un hasta luego. Parece ser que tenía la intención de irse para no volver. Nunca. Ni si quiera si ella le llamase en aquel preciso momento y le suplicase otra oportunidad. Él no se dignaría a dar marcha atrás sobre sus acciones.

Observa esa fotografía colgada en la pared en la que ambos salen juntos, sonriendo, amándose. Se le viene a la cabeza aquella cita que leyó en alguna página de Internet: “Para todas aquellas personas a las que han hecho daño, decepcionado o mentido, recordad que la gente se equivoca que somos humanos y cometemos errores, a veces las segundas oportunidades hacen falta, sobre todo si se quiere.” Ella lo quería. Y no necesitaba una segunda, sino una tercera oportunidad. Demasiado tarde, ya era demasiado tarde. El tiempo había pasado en su contra. Y de eso era consciente.
Se sumerge en la almohada y comienzan a brotar lágrimas de su rostro.
“Esto es normal ahora. No hace más de dos semanas que le dejé escapar por… orgullo. Sí, será eso. Orgullo. Tal vez, en esa situación me habría tocado a mí ceder. No siempre tengo que tener la razón, a cabezota no me gana nadie y a orgullosa, casi que tampoco. Aunque ahora mismo sería capaz de coger mi orgullo y romperlo en mil pedazos con tal de coger el teléfono y llamarlo, o mejor aún, ir hasta su casa y demostrarle que me importa, que todavía le quiero. Pero, ¿para qué? Si ya todo está perdido”, reflexiona en la oscuridad del silencio.
Mientras, le invade un sentimiento de melancolía tan grande que no puede ser explicado a través de las palabras. Se da cuenta de que tiene a la soledad como fiel compañera.

Y es que, por mucho que le duela, sabe bien que no va a regresar, que lo mejor será olvidar todo y aceptar esa despedida, esa palabra que tanto daño le causó dos semanas atrás, ese “adiós” frío como el mes de enero. Si no le ha llamado hasta ahora, no lo haría en ese momento.
Ella es fuerte. Y lo sabe. En dos, quizás tres meses, habrá comenzado a superar esta ruptura. Necesitaba tiempo, espacio. Tal vez un viaje a la playa le sentaría bien, pues el mar siempre ha conseguido relajarla.
El gran problema está en que cinco años de relación tienen sus momentos y estos no se olvidan en un abrir y cerrar de ojos, aunque arrojara todas las cartas y poemas que él le escribió en una hoguera. Su recuerdo seguiría estando presente en su corazón y no existe, o al menos ella no conoce, método para sacarlo de ahí y poder seguir hacia delante sin él.