la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

lunes, 30 de diciembre de 2013

2013.

Nota: Las personas a las que va dirigido esto deben saber quiénes son de antemano, no hay necesidad de escribir nombres y apellidos porque tienen que leerse entre líneas (y no líneas).

El 2013 va llegando a su fin.
Podría resumirlo empezando por enero y acabando, cómo no, por diciembre pero eso sería dos cosas: por un lado, demasiado fácil y por otro supondría ir redactando momentos. Yo quiero nombrar personas.
Supongo que coincidiremos en que los momentos pasan y las personas permanecen; teniendo en cuenta como excepción aquellas veces en las que se van las personas pero se quedan sus recuerdos. En fin, que eso es otra historia.

Sé que voy a empezar con el menos indicado pero, cariño, sabes bien que me has marcado como nadie este maldito 2013. Los años impares tienen algo en común contigo, mi amor, y es que nunca fueron hechos para mí.
Podría decirse que hemos pasado por muchas cosas este año, aunque menos que los anteriores y quizás eso sea la señal definitiva para dejarte atrás este año que comenzará en unas horas. No sé si es lo correcto. No sé si escribirte es correcto pero siento necesidad de hacerlo en este “último adiós” a las oportunidades que perdimos y desperdiciamos durante doce meses. Doce meses. Sin ti. Contigo. Sin ti. Contigo. Sin ti. Sin ti, si ti. Como si escribirlo fuera un suspiro; sin ti. Debo admitir que no sólo me has hecho llorar, sino que me has dado ánimos, me has devuelto la esperanza más de una vez aunque después me la arrebatases de nuevo y me has hecho seguir, seguir, seguir. Te me has aparecido incluso en sueños, vida mía, para decirme que estabas bien, que olvidarte sería lo mejor para los dos, que nada ni nadie puede ser más fuerte si me lo propongo. Y ahora sé que tienes razón. O que tu fantasma tiene razón. Gracias por este verano, por ilusiones, lágrimas y huidas. Y las vueltas de no saber marcharme. Gracias por demostrarme que las mejores rosas son las que tienen peores espinas y las que te provocan heridas que no son las que más fácil y rápido cicatrizan. Gracias por hacerme pedazos, volar y caer de un precipicio, romperme las piernas con las recaídas en cada salto de aire contigo, gracias por matarme por dentro, por enseñarme que no me puedo fiar de la gente y que debo tener más amor propio. Gracias por hacerme feliz, porque al fin y al cabo, lo has hecho. Y adiós. Adiós a ti y a mí suspirando por cada uno de tus huesos y rogando al destino que nos calase dentro del corazón del otro, que nos cruzase en una carretera o en alguna conferencia, o qué se yo, en una excursión. Nadie podrá igualarte.

Ahora os toca el turno a vosotras. Sois ocho, pero para mí es como si fueseis una sola.
Por querer romperle las piernas a más de uno por tocar los cojones. Por la tía de los tacones rojos y el cani de la bufanda con el que me obligaste a bailar. Por la vez que nos llevó tu padre en el coche me pasé de mi casa y crucé esquivando coches. Por la vez que nos recogió el mío y volvimos haciendo eses. Por tu caída de la feria. Por ti, por mí y porque este año va a ser nuestro. Eres increíble. Por el recreo de las coca-colas. Por los sueños con aquí la amiga que impiden cierto grado de concentración. Por tirar de mí hacia arriba incluso cuando estabas peor que yo. Y qué cojones, ¡por el cambio! Por la mochila y el tenderete del camino. Reencuentro loco en Fuengirola. Por el año que empieza en unas horas y acabará. Porque esa noche la luna pudo ser la más grande de muchos años pero tú la veías doble. Por estar chillando como una loca y haciendo fotos como si no hubiera mañana el día ese que sabes que fue tan importante para mí. Porque tenías razón y te sentías orgullosa. Por todos los kilómetros que recorrimos, por el camino de piedras y seguir el ritmo. Por las paraditas y sus conversaciones. ¡Venga chicas, ánimo chicas! Por risas, llantos y esa canción que ahora estás pensando que casualmente te sale en aleatorio, vaya casualidad… Por las resacas en el provenzal, con gafas de sol, palomas cagando y planeando cómo no comer en casa porque ponen lentejas. Por defender con uñas y dientes lo que es nuestro. Por querer meteros en follones porque no os parece ético que haya puesto eso y verás como se lo encuentre la que lo ve todos los días cogiendo el autobús. Por la Buti. Por los doce meses que me habéis regalado y por todo lo que hemos vivido. Tanto bueno como malo, de los errores también se aprende.

No me olvido de vosotras dos. Mis dos niñas de Fuengirola, el sitio que nos volvió a unir. Muchísimas gracias por este verano, por los paseos de día y las charlas de noche, por hacerme levantarme de la siesta para salir a la playa o a la piscina y por sacarme casi literalmente de los pelos de mi casa en los días que he estado peor. Por la lluvia de estrellas que no llovió nada. Por la noche en una casa cenando pizza y las fotos que salieron de ahí. Por escucharme. Por demostrarme que aunque nos veamos de vez en cuando tenemos una amistad enorme, porque os quiero muchísimo y espero vivir con vosotras el resto de años que me quedan de vida. Gracias, gracias, gracias. Nunca será suficiente las veces que os lo diga porque de verdad os digo que me habéis demostrado tanto… tanto, tanto que no sé como expresarlo.

A la de al lado y a la que tenía antes atrás. Gracias por alegrarme las mañanas y sacarme sonrisas. Por aguantar mi mal humor y mis ganas de mandarlo literalmente todo a la mierda e intentar que vea el lado positivo de las cosas. Por el cartel del loco del skate y por la vez que la otra casi tira a un pobre muchacho en Barcelona. Por los piques tontos de las seis horas al día y por las reconciliaciones basadas en sonrisas.

A ti, que estoy harta de decirte que no sé cómo lo has hecho ni qué cojones haces para tenerme así pero no dejes de hacerlo nunca. Y quién te iba a decir a ti ese ocho de septiembre que parecía tan callada que hablo hasta durmiendo… Por las veces que te he dicho; “Anda vamos a dar un paseito” y hemos acabado en la mezquita y tú quejándote porque hay que ver Isa que vengo andando y me haces andar más. Porque sé que viniste a darme unos apuntes de historia y acabaste recorriéndote Córdoba entera porque te convencí para que me acompañases y bueno, porque sé que en el fondo querías darte una vueltecita y contarme tus cositas. Porque nunca he conseguido estudiar contigo en una biblioteca, ahora que el primer comentario de texto que hice, olé, a ti te lo debo. Por las fotos que no nos hemos hecho porque llevaba pelos de loca y porque a mí león me llamas tú y según tú nadie más. Por los cinco minutitos más que acabaron siendo siempre poco más de media hora. Por las veces que sin saberlo me has sacado hacia delante. Eres grande, corazón, eres grande. Gracias por haber aparecido porque, realmente, tú eres una de las pocas cosas buenas que me ha traído este 2013.

2013 fue una madrugada y un veinte de abril.

2013 fueron desconocidos que se cruzaron conmigo por la calle y me dedicaron una sonrisa, retrasar el despertador cinco minutos más, casi llegar tarde porque se me cayó el móvil al váter, una entrada de año que dejó bastante que desear y unos churros que estaban más fríos que qué se yo, una noche de terror en el colegio y una semana santa desgraciadamente pasada por agua. 2013 fue ver por primera vez la madrugá en Sevilla, aprender a leer poesía, reencuentros y despedidas, insomnios con nombre y apellidos con fecha de caducidad.

2013 fueron 365 días, pero muy pocas noches. 

martes, 17 de diciembre de 2013

Sin destinatario-

Puede parecer extraño pero concebís amores platónicos sin conocer el verdadero significado de esta expresión. Utopía. Irrealidad. Y seguís a pie de cañón esperando el día en que podáis escuchar una palabra que salga de su garganta, o seáis testigos de una mirada que transmita más que todas las que habéis recibido a lo largo de vuestra vida.
Claro, al fin y al cabo, soñar es gratis. O eso dicen.

Vosotros.
Habláis de atardeceres sin haber visto al sol posarse sobre su espalda, ni esconderse porque sabe que, a su sombra, no es nada.
Habláis de vivir para siempre bajo el mar y no conocéis la sensación de sumergiros en las cuencas hidrográficas de sus ojos aún cuando están cerrados, durmiendo o soñando, ya sea despierto que preso del cansancio o compañero del descanso, pues son iguales de impactantes a mi juicio. (Y al de todo el que ha querido quedarse en ellas.)
Habláis de noches de fiesta y de desenfreno sin daros cuenta de que no podréis estar entre él y la luna cualquier madrugada, ni desear que pongan un lento en lugar de tanta música comercial para aferraros su cuello y que él se amolde a vuestra cintura mientras os movéis al son de las notas que, en ese momento, parecerán parte de una partitura compuesta exclusivamente para intentar que todo sea perfecto. Rectifico, que lo sea. A su lado es imposible que algo salga mal, lo digo por experiencia.
Habláis de personas que os salvan las horas muertas de cada amanecer sin ser conscientes de que, con tan sólo una palabra, puede socorreros todos y cada uno de los días que os queden en la tierra.
Habláis de querer sentir correr la sensación de adrenalina por la sangre y vértigo y no os habéis tirado del precipicio que se forma en la comisura de su boca poco después de darle un beso. Y no hablemos del último, del de antes del final.
Habláis de que los escalofríos os recorren la piel cuando no habéis escuchado que su voz pronuncie vuestro nombre. Su voz. Todo suspiros, todo silencios, todo él. Todo. Él.
Habláis de sonrisas sin conocer la curva de su boca y os dais los buenos días sin que él os llame a modo de despertador cada mañana para deciros: “Eh, bonita, venga arriba que eres una tardona y como no te levantes vas a llegar tarde. Y me voy a enfadar y no voy a ir a verte.” Y ni con esas viene después.
Habláis de amor sin sentir sus “te quiero” grabados a flor de piel en la vuestra, en el subconsciente y en la memoria, y en el corazón.
Habláis de dolor y de lágrimas sin intimar con la emoción amarga de su último portazo, su última mentira, su último viaje hacia cada uno de vosotros que, más que de ida, sería de vuelta.
                                                                 … Y ahora pensáis en él sin saber su nombre…


Y yo…
Yo hablo de él sin conocerle si quiera, sin vivir en sus ojos, ni salvarle de amanerceres, ni sentirme segura en las madrugadas porque sé que está conmigo (más que nada porque soy consciente de que nunca estuvo, aunque lo aparentara).
Y escribo esto sin poder nombrarte, aunque sea entre líneas, sin saber dónde estás o si eres feliz porque aún no has tenido los cojones de pasarte por mi vida. Porque todavía no sé quién eres, porque sólo sé que nunca te traté, ni de tú, ni de usted, ni de vista. No te reconocería ni con reminiscencia; ni te olvidaría si te conociese. Quizás sea por eso por lo que no he sido capaz de describir a nadie más que no seas tú, o la razón por la que he dedicado unas líneas a más de uno sin estar a tu altura. O porque tú ya no eres tú y a mí eso me basta y me sobra para tomarlo como excusa para todo; incluso para deshacerme de lo que queda de ti.


[A pesar de esto, escribir sin destinatario es sinónimo de ser sincero y yo hablo de ti aún sin ser testigo de tu verdadero ser, mi amor] 

domingo, 8 de diciembre de 2013

La solución definitiva.

Los monstruos que habitaban el rincón de debajo de la cama han dejado de preguntarme por ti. Se han marchado con la última de las cartas que quemé y que no debieron ser escritas.No sé exactamente por qué pero esperaban ansiosos ese momento en el que, por fin, me desprendiese de ti. Supongo que lo hacían para poder irse ellos sabiendo que yo estaré bien, que no volverá a atravesarme el pecho un puñal cada vez que escuche tu nombre. Y ya ves, parece mentira que hasta ellos hayan conseguido ponerse de acuerdo en algo; aunque ese algo conlleve a tu partida definitiva. 
Aún así, yo (te) sigo escribiendo. 
¿Acaso debería intentar detener a aquellos recuerdos que piden a voces volver a su tumba y dejar de dejarles flores marchitas? Porque, a fin de cuentas, es lo que llevo haciendo desde hace más de un año.
Los monstruos de debajo de la cama han respondido por ti, y por mí. Me han hecho entrar en razón. Me han explicado que por muchos insomnios que lleven tu nombre siempre serán más las madrugadas desperdiciadas en pensar en todo eso que pudo ser y no fue. Dan igual las razones, no fueron por alguna u otra de ellas, ¿qué importa entonces? Si esto es un sinsentido que no lo entiende ni el que lo redacta. 

Al final todo acaba reduciéndose a cenizas. 
Puede que ellos se lleven las tuyas y las tiren al mar. Ellos saben que vivo enamorada del movimiento de sus olas y de él y que pienso con más claridad cuando me encuentro sumergida en su seno. Quizás tenerte allí me ayude a tomar las decisiones más frías  para después poder tomar contacto con la arena caliente.

No sé a qué le escribiré a partir de ahora pero cada vez estoy más cerca de dejar de nombrarte entre líneas. 
Te diría que estoy segura de que te voy a echar de menos pero. 
(fuiste tú el que metió el portazo, yo sólo intento llamar al cerrajero y cambiar la cerradura para que no puedas volver a entrar)
Hasta siempre, mi amor.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Dejamos de esperar porque no sentimos.

Cómo pretendes que cambie tu mundo si el mío dejó de ser y de existir cuando traté de esconderme en la superficialidad, vulgaridad, sensatez, sencillez, gilipollez o simple sentido común de no querer volver a sentir, de controlar cada uno de mis músculos para que no se echen a temblar cuando sea el momento de 'tú y no otro' porque yo ya no creo en eso.
Dejé de creer tras la primera y última colisión con sus ojos, pero eso es otra historia que ya pasó y se permitió pasar, no sin antes dejar secuelas que no me permitan volver a una boca que formó parte de cualquier noche como tantas.
He de reconocer que me quedé durante meses (eso sí, a golpes y saltos de intervalos de tiempo) dormida en una de ellas. En la que tuvo los cojones de obligarme a elegir y a olvidar. Y fue esa la que tiró de mí hacia arriba en más de una ocasión a pesar de que muchos no puedan comprenderlo y otros tanto no quieran aceptarlo. Fue su boca la que me trajo noviembre. 

Y, aunque sólo me haya detenido en una de tantas (dos a lo sumo, considerando que a la segunda no llegué a darle importancia), tú sigues esperando a que llegue y ponga tu vida patas arriba. 
Y yo no sé qué esperas o esperas esperar de mí si a mis diecisiete años aún no he aprendido a controlar mis emociones, ni a calmar los ataques de ira con tila en lugar de puñetazos, ni a callar a mi subconsciente.

No entiendo qué expectativas puedes tener de mí misma si yo ni si quiera las tengo porque, en vez de recoger los pedazos que quedaron cuando dejé de ser al irse él, los encerré en una habitación a la que eché gasolina y prendí fuego. 
Y es que una vez no hace tanto tiempo (años) me calé hasta los huesos de una voz.
Y si meses antes dejé de ser, aún sigo sin serlo. 
No existe terapia emocional que arregle el desorden al que mis sentimientos se encuentran sometidos, ni nadie que pueda pagar por su rescate. 

A pesar de que todo esto ya forme parte de un pasado que se consideraría más o menos reciente dependiendo del acontecimiento que se trate de analizar, únicamente espero que exista alguien que me salve de las madrugadas, puesto que de las noches ya se encargan los insomnios.





(Porque en el fondo no esperamos nada de nadie. Ni tú de mí, ni yo de ti, ni cada uno de los que habitan el planeta de sí mismos.)

viernes, 11 de octubre de 2013

Olvido, qué nombre más bonito tienes.

Que ya no siento esas ganas locas de coger un tren y besarte en el andén. (O quizás sí, pero están tan escondidas que a pesar de haberlas buscado por todas partes no he conseguido dar con ellas. Y en fin, esto no es el juego del pilla-pilla así que si no las he encontrado, será por alguna razón. Aunque desconozca la misma y sólo seas tú el que puede explicarla,o deducirla o algo por el estilo.
Por fin te he enterrado, me he deshecho de tus cenizas arrojándolas al mar y he dejado de llevarle flores marchitadas a las intenciones de seguir luchando por alcanzarte.
Y he parado de escribirte a pesar de que aquí dé a entender que lo siga haciendo.
Y eso me hace feliz. Puede que incluso más de lo que lo era estando sin ti, 
pero contigo (bendito vaivén de sentimientos).

Sí, he de admitirte que te colaste en cada milímetro de mi piel, que me calé de ti hasta más allá de los huesos y que te pertenecía cada pedacito de corazón y cada impulso por escribir, sin dejar atrás cada noche de desconsuelo y todos esos insomnios que me pasé hablándole de ti a la almohada y dialogando con la luna en la terraza de la playa sobre tu sonrisa y tu tú. Eras.
(Continúo sin palabras para definirte)

Pero, ya ves, por todo se pasa. A mí contigo me ha pasado de todo: desde rozar el cielo y subir muy alto hasta caerme desde un precipicio y estar a las puertas del infierno, metafóricamente hablando, que podríamos calificar como un intento fallido de pasar el invierno, la primavera, el verano y el otoño lejos de ti. Créeme que las estaciones saben de lo que hablo y las paredes de mi cuarto, también.
No les creas cuando dicen que el infierno quema y que arde porque te aseguro que yo no he pasado más frío en mi vida.
Tu ausencia me hizo ser alguien que no se parecía a quién era yo. Y ni lo intentaba. Todo deja secuelas, incluido tú y tu maldita influencia.
(Aquí me tienes para demostrarlo por si te quedas con la duda.)
Porque aún sigo preguntándome el jodido motivo por el cual venías cada vez que el hecho de escuchar tu nombre no me desgarraba y me rompía y me destrozaba y perforaba mis oídos. A día de hoy, 11 de octubre, esa pregunta queda calificada como sin respuesta. Tanto como por tu parte, como por la mía.
Está más que claro que hay ciertas cosas que no tienen solución.
Y, para bien o para mal, esta no tiene arreglo. 

(Aún así yo me estoy recomponiendo)

jueves, 3 de octubre de 2013

Autobuses en vez de trenes

Será que después de esa noche no hizo falta nada más porque todas las posibles explicaciones sobre conducta, humanidades o comportamiento se quedaron cortas. 

Podría ser que aprendimos que eso de que "más vale pájaro en mano que ciento volando" no está convalidado si se trata de sentimientos porque los sentimientos no saben a veces cómo desplegar las alas y darse rienda suelta para que nosotros mismos nos demos cuenta antes de perdernos de que pudo ser algo que no se quedó ni en intento. Ni en intento...
Y así estamos, dando tumbos entre la mente, el corazón y valorando si reuniremos algún día el valor necesario para mantenernos vivos, aún sabiendo que si esto acaba una parte de nosotros morirá hasta que alguien vuelva a resucitarla. Y no sabremos con exactitud la fecha de ese momento hasta que el mismo tenga lugar. Ni el presente ni el pasado conocen el futuro.

Porque, por mucho que no te relaciones con la poesía, que no abarques despedidas de esas que te pillan por sorpresa y que no existan distancias que no se puedan recorrer en autobús, desde entonces ya no es como antes. Antes de ti, antes de todo.
Debimos asegurarnos más y jugárnosla menos.
Pensar en cómo no asumir las consecuencias antes de que lleguen. 
Y claro, así estamos...

martes, 10 de septiembre de 2013

reflexiones

Las noches de reflexión comenzaban a mostrarse en sus crecientes ojeras. Una tras otra con la luna como única compañera. Tomar decisiones con la almohada ya no era posible porque estaba demasiado empapada como para recoger otra noche de lágrimas.

Hacía unos meses que había superado su ida. Visiblemente se encontraba recompuesta y dispuesta a cerrar próximas venidas, exceptuando que la pillaran en un día de bajón. Bueno, quizás, y no tan seguramente quizás... No lo sabía. Su mente no lo había aclarado del todo.


Hace dos semanas escuchó por mera casualidad de "reproducción aleatoria" esa canción y con ella vinieron todos los días de después y los de antes y los recuerdos y los olvidos estuvieron de nuevo presentes. Con los nervios a flor de piel. Y desde ahí y a partir de entonces, las noches siguientes se convirtieron en un suicidio sin explicación vigente. 

El motivo era demasiado simple para que pudiera comprenderlo en ese momento pero a su vez era muy complejo para que puedan entender la situación personas ajenas a la misma. 
A pesar de todo esto, sentía como la oscuridad de esas horas la protegía y no se veía tan vulnerable. Por eso prefería pensar en el transcurso de tiempo en el que toda la cuidad duerme a distinción de unos pocos que permanecen despiertos para hablar, reflexionar, llorar, reír o acabar bien el día. Otros tantos locos como ella que aprovechaban la cercanía de la luna para redactar un monólogo sin fin que volvería a retomarse a la misma hora casi a diario. 

No quería enamorarse. No podía soportar la idea de volver a tirarse a un pozo sin fondo. El concepto del amor era para ella algo similar a tirarse desde un trampolín muy muy muy alto a una piscina, honda, vacía y sin agua. Algunas veces permanecía más rato en el aire, otras le tiraban un paraguas y lo abría y hacía la función de paracaídas durante algún tiempo, pero todas ellas acababan de la misma manera: estrellándose y resquebrajándose todos y cada uno de los huesos de su cuerpo y sangrando cada palabra por cada herida producida. Y lo peor venía después. Y claro, así nunca quiso a nadie como aquellas dos veces en las que perdió la cabeza por el primero y el corazón por el segundo.

Ella misma se veía como una piedra desde entonces. Ignoraba los sentimientos que le producían las personas y mantenía a lo que logró salvar de corazón bajo una carcasa de hierro y en una caja fuerte bajo llave y un código que olvidó con una botella al día siguiente de inventarlo. 
Sólo buscaba alguien que le salvara de ese salto, que quisiera estrellarse con y por ella. Una persona a la que no se sentiría encadenada pero sí unida. Alguien con quien conseguir llorar de la risa y a quien escuchar. Que la defendiera sin sobreprotegerla.  Esa persona que justo en el momento de saltar desde el trampolín saltara primero para llenar la piscina de agua y amortizar el golpe. 

Y lo trágico de aquello no es que hubiera cancelado la búsqueda y cerrado todas las posibilidades, sino que fue ella la que murió en el intento de salvarle a él. 

Y desde entonces, ya no es la de antes y ya no es la que era.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Dejaste de abrirme en canal para cerrarme al mundo,

Nunca he peleado nada en vano en  esta vida.Excepto a ti. Las cosas cambiaron en el preciso momento que nos colamos uno en la vida del otro. 
Y a día de hoy puedo continuar afirmando que eras, o eres, o ambas cosas (ya no sé ni en qué tiempo escribo) la más hermosa excepción a todas y cada una de mis reglas. Tanto morales, como físicas, o psicológicas. Rompiste y resquebrajaste todas y cada una de ellas.
Me matas-te, destrozaste todos los pilares de mi vida y marcaste con fuego un antes y un después. La cuestión, y me refiero a la que más duele, es que después de todo eso que podemos llamar ''x'' hacia ti, no queda  nada, te lo llevaste contigo. 
Y no nombro al amor en este intento de tregua entre cojones, mente, corazón y falsos recuerdos porque quedó descompuesto en mil pedazos la primera y última vez que me miraste. (Y con qué ojos, cabrón.)
Pero de eso hace más de algunos años y ciertos meses entre los que llegaron marzo, abril y mayo. Y tu marcha tras ellos.

domingo, 25 de agosto de 2013

Besos entre golpes de tinta y papel.


Entre vasos, copas,  garrafones, excesos, lágrimas, sonrisas y toda una vida por delante. Y  caladas, éxtasis,  lsd, heroína, polvos, hachís, y setas con sensaciones. Y amaneceres prohibidos y noches robadas y besos entre golpes de tinta y papel. 
Cuando todo se basaba en noches de insomnio y mañanas de café.
 Antes, mucho antes de entrar en el juego donde 'tú conmigo' pero 'yo sin ti', apareciste de la nada para romperme todos los esquemas. Y cuando digo todos, me refiero a cada uno de los cimientos de las bases de los pilares de mi vida que, por aquel entonces, jamás pensé que sería tuya y no mía. 
Exactamente fue cuando todo estaba en calma, que no sé que te dio, pero apareciste otra vez y volvió contigo todo aquello que destruiste y los miles de pedazos en los que quedé descompuesta intentaron reunirse en un sinsentido de causalidad.  Vano sinsentido de causalidad.
Pero, ¿qué más dan ahora todos los golpes de suerte, casualidades o azar? 
Si ya volviste y desapareciste mil veces y acabaste conmigo mil y una. Te llevaste eso que creí mío y sólo dejaste como cambio dos cafés y una calada de las que parecen eternas. Pero claro, hasta el humo se disipa. 

jueves, 8 de agosto de 2013

La putada más bonita.

Es increíble. Lo coges, esperas un puñado de horas, o de minutos en su defecto y tienes la oportunidad de aparecer en cualquier rincón del mundo.

Aún así, ¿de qué me sirve todo esto si esté donde esté tú nunca vas a volver a estar a mi lado? (Hablo como si algún día hubieses estado... Y mira que la ironía es bonita, ¿eh?) 
De todas formas hace ya tiempo que no creo en las oportunidades, ni en el cosquilleo que se siente en el estómago, ni en las mariposas y lo que eso conlleva. Ni en el amor, ni en el enamorarse.Me parece demasiado bonito destruirse poco a poco por una persona. Debí de elegir bien con quién hacerlo. Pero claro, en mi caso la elección me llegó demasiado rápido. Para cuando quise darme cuenta yo ya estaba calada hasta los huesos de ti, de alguna forma u otra. Y eso fue la putada más bonita que jamás me han hecho y espero que nunca más  me quede tan ciega como para volver a ella - te convertí en el centro de mi universo personal de dudas y ahora ha quedado reducido a un puñado de cenizas y a papeles con tachones y escritos sin nombre - 

Pero bueno, estábamos hablando de ese medio y no de ti, aunque esté relacionado contigo desde el principio hasta... hasta el irremediable y patético fin. Qué trágicos podemos hacer a veces los finales. 
De veras que necesité en más de una ocasión seguir las putas vías de un tren que me llevasen hasta cada uno de los lunares de tu espalda y a las pecas de tu cara y a tu boca y a tus besos . Que me dejase literalmente en ti, para por fin poder ser, contigo. (Ahora es cuando vuelvo a repetir que después de ti no quedó nada, pero eso ya lo sabes.) 
Seguir esas vías de tren que tantas veces lo separaron y que más de una vez tuvieron que unirnos.  Aunque nunca lo hicieran, ni lo harán. Seamos realistas, no existimos como tales y ninguno le echó el par de cojones suficientes. 
Y mira, hoy por hoy tú por mí no irías ni a la vuelta de la esquina y en fin, dejemóslo ahí. 
Yo, por mi parte, ya no derramo una lágrima al escribirte y supongo que eso es un paso. Un gran paso o una pequeña putada. Porque si te vas tú se me van las letras (y cómo no, se van contigo, son tuyas) y hasta que no encuentre un "algo" que me lleve a plasmar y desangrar y llorar sobre un folio... Pueden pasar muchas cosas. Es una situación complicada. Estas cosas no suelen ser fáciles, y menos si se trata de mí. 

Había una canción. Sonaba de fondo mientras escribía todo. Creo que sabes a la que me refiero. Y yo, que escribo como si algún día pudieras llegar a leerme, debo decirte que esto no es lo que parece. Que tan sólo es porque cada uno tiene sus motivos por los que seguir escribiendo y yo te tuve a ti. O creí tenerte o eso me gusta pensar. 
En fin, que, al menos para mí, la felicidad tuvo tu nombre y espero que como tal, tú lo seas.

jueves, 1 de agosto de 2013

Décima vez que adiós.

Me gustaría poder escribir sin que me tiemblen las piernas, se me acelere el pulso y se dilaten mis pupilas, sin que tu nombre se me venga a la cabeza cada vez que me pongo delante de un folio o de la pantalla del ordenador. Me gustaría, aunque no lo creas, y también quisiera tener la tranquilidad de despertarme una mañana y no hacerme la pregunta de: "¿qué pasaría ahora mismo si...?" [y a propósito dejo el sí en puntos suspensivos porque la imaginación es el arma más fuerte del ser humano así que cada uno con su pedo] o sin que se me venga a la mente un por qué sin ánimo de respuesta. 


Ya lo dijo Cortázar, cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto; nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared. O simulábamos hacerlo. 

Es obvio que no fue la suerte la que nos unió. Ella decidió mucho antes de que nos conociéramos no entrometerse en nuestro camino, nos dejó a nosotros eso de intentar que esto saliese y claro, no todas las personas saben cómo arreglar una máquina que se ha roto por razones evidentes...

...Pero claro, con nosotros hasta el viento estaba en contra. 

De sobra sé que todo esto son efectos colaterales de todo lo que ha significado tu marcha. 
En el fondo hasta te tengo que agradecer que me hayas hecho fuerte. (ahora a hija de puta no me va a ganar nadie)


PD: De verdad que estoy tratando de dejar de escribirte. Aunque conviene clarar que no te escribo a ti, escribo al resto pero claro.. no entenderías algo que ni yo misma sé cómo explicar. Déjalo, las explicaciones nunca se te dieron bien.

lunes, 15 de julio de 2013

"A cara o cruz."

Y sí, puede que en el fondo no sea más que una locura pero, sin embargo, por otro lado es como si estuviera alargando una frase utilizando puntos suspensivos cuando la verdad es que correspondería poner uno final. 

Pero te aseguro que ahora es diferente. Las palabras dejan de fluir, la mente se me colapsa y la lengua se me traba cuando hago el intento de hablar de ti - cada día menos y así progresivamente - .

Contigo se me ha caído el cielo a los pies y se me ha subido alguna dosis de más a la cabeza y eso que he intentado reprimir todo impulso de que las paredes se enteren de la realidad de esta (no) nuestra situación.. Aún así, muchos de ellos han sido en vano. 
Creo que voy a darme un tiempo. Me gustaría decir que contigo he desperdiciado demasiado pero créeme que soy la tonta que volvería a caer desde este precipicio que lleva tu nombre y otra vez repetiría la tontería de dejar que todo mi yo se entregue a todo tu tú, aunque ya no sientas lo mismo. (De todas formas, ¿qué más da? Si es como si nunca hubiese habido nada.) Me lo he replanteado y tengo la sensación de que eso es secundario. 

Claro, hablo de esto (cabe destacar que lo nombro en su sentido más abstracto) como si fuera fácil admitir que te has ido, darme cuenta que no vas a volver y añadir que no sé si quiero que vuelvas, aunque no tengas pensado hacerlo, da igual, yo no sé cómo me tomaría tu regreso. Especulaciones, espero y supongo que sólo se queden en eso...
Me has dejado descolocada en mil pedazos y descompuesta en mil y uno. 

miércoles, 26 de junio de 2013

Autodestrucción

Somos drogadictos de promesas incumplidas, de espacios en blanco acompañados de versos sin métrica, de amor sin celos, sin rodeos, sin sentimientos.

Eras un extraño conunto de sonrisas perdidas, razones por las que tragarse el orgullo, melancolía pura de Neruda para ambos oídos, Benedetti en los labios, versos en los ojos, prosa sobre los pasos, dudas en cada escrito, poesía que contaba con la capacidad de nombrar entre líneas, lunas llenas y amaneceres cómplices de insomnios, silencios que abarcaban todo lo que hacía falta decir y miradas… Miradas que  mataban sin haberlas lanzado si quiera.


Y efectivamente, después de eso, que viene siendo lo mismo que detrás de ti, no hay nada. Ni sonrisas, ni lágrimas que ahogan el sueño, ni razones por las que no dormir. No queda nada. Ni de ti, ni de mi. Nos hemos consumido, más bien: has acabado consumiéndome. Te llevaste lo poco que quedaba de mí.
¿Y ahora qué? ¿Qué cojones pasa cuando todo se ha esfumado?
¿Qué tiene que ocurrir cuando todo lo que sobran son ganas? Además de tiempo, paseos a altas horas de la madrugada y rutas a primera hora de la mañana, ojeras, falsas esperanzas, promesas que nunca tuvieron intención alguna de cumplirse...
Falta tiempo, falta paciencia, faltan hechos, sobran palabras y faltas tú.
Y no quedan besos, ni abrazos, ni encuentros en las vías de un tren que nunca llega a su destino. No queda nada. Ni una despedida. 

Pero, por favor, si te vas, deja de volver. Esa es la única condición que te pongo porque con esto pasa un poco como con las velas, que cuando ya han dado de sí todo lo que tenían y no tienen más cera que consumir para producir luz, se apagan. Y por mucho que intentes prender fuego en ellas, es imposible.
Quizás lo mejor sea decir adiós. Y olvidar. Con tiempo o sin él. 

sábado, 8 de junio de 2013

Introducción

(¿Para qué voy a escribirte comenzando con la introducción de siempre? Si ya no sirve de nada. Es más, ella misma se ha quedado pegada a las sábanas esta mañana, como si así pudiese tener una parte de ti cuando me vaya a acostar. 
Aunque ya no tenga importancia; y yo esté decidida a perderte de nuevo. Pero esta vez para no recuperarte.
No sé si me explico. Bueno, yo me entiendo.)

Debería estar estudiando filosofía pero aquí me tienes: con el bolígrafo pegado a una mano y sujetando el papel con la otra (por si decides escapar de esta manera antes de que te deje ir. No sé, algo así.) y sabiendo que escriba lo que escriba voy a salir perdiendo. Porque digo yo que será por algo por lo que en cada línea sale sin tener que salir un pedacito de tu persona (o de lo que eras, o decías ser) y claro, así cualquiera decide soltarlo todo. (...)

Sin embargo, yo lo que quiero es otra cosa. Con esto únicamente busco recoger todos tus pedacitos esparcidos por mi subconsciente y arrojarlos al vacío porque está visto que eso de prenderles fuego no es suficiente. Al menos por ahora. 
Escribir tan sólo refleja un suicidio premeditado de todo eso que no es nada, pero que me recuerda a ti por alguna extraña razón. (El por qué da igual, ya es tarde para pedir o dar explicaciones.) El problema está en que al final, cuando quiero empujarte a las vías del tren (aclaración: esta vez si que se trata de ese tren que sólo pasa una vez) y sentarme a esperar mientras viene para ver qué sucederá después, las ganas me reconcomen por dentro, mi subconsciente decide detenerse en tu maldita voz y la conciencia regresa a mí para decirme que es una manera cruel de desprenderse de algo así. 
Y entonces vuelve mi orgullo. Y no me queda otra que levantarme e irme porque no estoy preparada para ver cómo mueren todos aquellos pedazos convertidos en cenizas de haberlos quemado tantas veces (al menos psicológicamente). 
Y no sé muy bien cómo pero me doy cuenta de que estaba soñando y me despierto culpando a esa puta introducción por quedarse entre las sábanas esa noche bajo la excusa de que el día anterior intentó ahogar a tu recuerdo con dos copas de más. Y se siente mal. Y no me extraña.
Jugar a la ruleta rusa con algo que no existe nunca podrá ser bueno. Después vienen las consecuencias... 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Desde su ventana.

Las gotas de lluvia impactaban poco a poco sobre la inmensa cuidad de Madrid. La gente comenzó a acelerar su paso por las calles, pues aquella lluvia era inesperada en ese caluroso mes de julio. A pesar de estar en pleno verano, aquella mañana se presentaba como si perteneciese a un día cualquiera de octubre. 
La ciudad conservaba su pequeño caos que tanto la caracterizaba, que a tanta gente conseguía enloquecer. Caos que para él resultaba indiferente, ya que decidió aislarse de todo lo que tuviese que ver con Madrid, con ella. Porque, en definitiva, ella era “su propio Madrid”, el único motivo de recorrer esos 687 kilómetros que los separaban.
Le avisaron, las distancias nunca fueron buenas, aunque no pesen al principio. Al final separan, tal y como indica su definición. Y es que, cuando todo acaba, lo mejor es poner tierra de por medio y comenzar de cero.
Pero él decidió jugársela y se trasladó a vivir a la capital de España.  Sin embargo, cuando ella le dejó, tomó la decisión de regresar al pequeño pueblo en el que nació. Dos días más tarde se arrepintió de su elección y optó por continuar su vida en Madrid, enfrentándose al desorden de la gran urbe sin ella.

En aquel momento él permanecía inmóvil en el balcón del piso que ambos compartieron en un pasado tan reciente que aún le producía escalofríos al recordarlo. Sólo los  recuerdos inundaban su mente de la misma manera que en aquella mañana únicamente la lluvia acariciaba su rostro.
Ya no estaba ella para hacerlo.
Tras formular este último pensamiento en un rincón de su subconsciente, la lluvia no era la única que recorría su piel. Las lágrimas afloraron en un llanto silencioso, casi imperceptible, de esos que duelen de verdad y derivado como consecuencia de que careciese de más agua salada retenida en su interior para expulsar a través de los ojos, para honrar su marcha y darle la despedida que nunca tuvo oportunidad de ofrecerle.
Una nota sujetada por un imán en la nevera no dio para mucho más que unos pocos de días sin salir de la cama que, por otra parte, acabaron convirtiéndose en meses.
Continúa echándola de menos. Le gustaría llamarla, preguntarle qué es lo que se supone que tendría que hacer un poeta que ha perdido a su musa. Contarle todo lo que durante noches anteriores le había confesado a la luna bajo el particular amparo de una botella de licor del 83. Culparle de ser la razón esencial que abraza a su insomnio cada madrugada.
Pero no lo hizo. Se contuvo porque la conocía tan bien como para saber de sobra que ella no atendería a sus llamadas. Y eso le dolía. Le dolía en el alma porque era la mujer que le enseñó a amar, que logró conquistarle de una manera especial.
En un acto que más que voluntario podría calificarse como reflejo, lanzó su móvil por la ventana y con él, multitud de fotos, mensajes, escritos y poesías. De ella, con ella, para ella. Quemar sus cartas dos o tres noches anteriores no había calmado las ganas que tenía de volver a su lado. Pero ella se fue y  él tenía que asimilarlo. 
Para bien o para mal no le quedaba otra alternativa.
Sabía que no iba a regresar y, al ser consciente de esa realidad que había intentado ocultar, sintió ganas de tirarse al vacío desde el balcón del apartamento; pero se trataba de un final demasiado trágico para un poeta como él.
Se percató de que únicamente era otro ataque de ansiedad. Llevaba conviviendo algún tiempo con sus efectos.
Quería morirse pero debía salir adelante, al menos, por esas personas que estuvieron a su lado en las buenas y en las malas. Pensó en sus padres y en su hermana pequeña. No podía hacerles eso.
Aún así, escogió el que para él era el peor de los suicidios: dejar de escribir. Más que por otra cosa, tomó esta decisión porque con ella se marcharon las razones y los motivos para hacerlo. Y las sonrisas.
A partir de entonces, se enfrentaría a una nueva vida sin ella que comenzaría buscando un nuevo trabajo con el que no pudiera describirla, ni tan siquiera nombrarla entre líneas.

Entró de nuevo en el piso y cerró la ventana que daba al balcón.
En Madrid seguía lloviendo y daba la impresión de que no tenía intención alguna de dejar de hacerlo.

domingo, 28 de abril de 2013

A ti.



Parece increíble que lleve ya aquí más de una hora intentando camuflarte y esconderte entre las líneas que ahora escribo.  Me resulta complicado hacerlo esta vez porque todas las palabras quieren hablar de ti, desean describirte tal y como tú eres. Es como si su único quehacer hoy fuese proyectarte a escondidas. No hay un orden para ellas, salen todas a la vez como si de una carrera se tratase. (Y qué razón tienen… Carrera de fondo irte o quedarte.)
A pesar de que mi mente no da para mucho más que para unos cuantos golpes de tinta a los que sólo algunos pueden hallarles el sentido, te he escrito algo. Y lo he hecho porque me niego a recordarte teniéndote en frente, porque, dentro de lo que cabe, te estoy cuidando aunque tú no seas consciente de ello.

Llevo observándote desde el otro lado de la ventana, despacito, con ternura, intentando que nadie allí dentro se de cuenta de ello desde que me enteré de que estabas aquí. Sé que cada día esperas con ganas el momento en el que llego, te pregunto cómo estás y te tiro un beso. O dos. O los que hagan falta para que sonrías, aunque sea sin darte cuenta. Y yo entiendo que no puedas contestarme, pero aguanto con la mirada clavada en tu imagen. Estoy segura de que te enteras, no sé muy bien la manera; pero sé que sabes que estoy contigo, al otro lado, pero contigo.
Eres el hombre más fuerte que he conocido. Tú, pelirrojo de ojos verdes en los que tantas y tantas veces me he visto reflejada, de los que un día llegué a enamorarme incondicionalmente.
Contigo todo era un entendido entre miradas.
Te escribo a ti, cómplice a escondidas, por el que creo recordar (y sé que recuerdo bien) que jamás derramé una lágrima, todo lo contrario, cada vez que estaba a tu lado me sacabas la mejor de mi sonrisas, me llamabas guapa y me decías que me querías, que era especial. Adoraba cómo me sentabas sobre tus rodillas, me contabas historias y acabábamos riéndonos hasta que no podíamos más, hasta reventar de dolor de barriga, a carcajada limpia. Me encantaba cómo describías a la mujer que lleva a tu lado todos estos años, esa por la que vives y por la que estás dispuesto a darlo todo, aquella de la que estás más enamorado que el primer día.
A ti, autor y guionista de los mejores momentos que he podido pasar a lo largo de mis diecisiete años de vida. Nunca llegué a agradecerte las veces suficientes lo importante que eres, la falta que me haces. Quizás, porque desgraciadamente, hay veces que necesitamos momentos así para darnos cuenta de lo que realmente necesitamos. Y yo ahora sé que te necesito a ti, aquí, a mi lado y no al otro lado del cristal.
A ti, porque te quiero.
A ti, porque sé que puedes. Porque unos cuantos tubos no van a impedir que vuelvas (por favor, vuelve), y sé que regresarás. Tarde o temprano volverás a estar con nosotros como lo estabas una semana atrás. Te estamos esperando, no lo olvides.
A ti, que estás luchando mientras que los que te queremos lo estamos haciendo contigo pero en silencio. La batalla es tuya. Todos dicen que la estás ganando, que no estás bien, pero que estás luchando, que lo vas a conseguir. Y yo sonrío orgullosa cuando escucho eso porque pienso lo mismo que ellos y me siento afortunada de haberte conocido y de ser tuya y no de otro.
Estos días están siendo duros. Vuelve. No sé el número exacto de veces que he escrito “vuelve” pero no son suficientes. Quiero oír esa voz de nuevo, sumergirme en el mar que esconden tus ojos, visitarte los domingos, reírme en tu casa, ser feliz, otra  vez, estando contigo, literalmente y no de esta manera.
 Mientras que siga así prometo visitarte diariamente, te prometo tu beso desde este otro lado. Voy a intentar estar siempre con una sonrisa en la cara, ahora, eso sí, con nombres y apellidos, los tuyos, que para el caso, casi que son los míos.
Te escribo a ti porque sé que te hará ilusión leer esto cuando mejores, abuelo.
Regresa porque nos haces falta.”

miércoles, 17 de abril de 2013

Motivos1



Escribo en pasado porque es la única forma de tenerte. Recordar que un día estuviste allí, que fuiste mío, que nos prometimos algo aún sabiendo que lo íbamos a incumplir. Al menos por tu parte. Yo nunca he tenido intención de irme. O al menos, por ahora. 


Escribo en pasado porque es la única manera que conozco de tenerte presente, de volver a vivir una y otra, y otra vez esos días, con sus horas; y esas horas con sus momentos. Momentos nuestros.


Escribo en pasado para así no tener que utilizar justificaciones estúpidas para poder explicarle al resto del mundo que te he olvidado. Aunque tanto tú como yo sepamos que las cosas no son así de fáciles. Y es que, fingir nunca podrá ser suficiente. Míranos. Lo intentamos. Jugamos a fingir algo y ya ves, estamos donde antes de empezar. En ningún sitio.


Supongo que las cosas seguirán así, que no vas a volver y que no hay necesidad de preguntarte otra vez el por qué de esa decisión, qué fue lo que te llevó a pensar que lo mejor era irse y dejar atrás todo lo que nunca podrá llegar a ser porque se ha quedado en un pasado sin salida, un túnel oscuro, largo, con principio y con un final que parece que no llega, pero cuando llega.. Cuando llega se acaba. Y es así. Y no hay nada más que hablar. 


Porque si existe una cosa que termina y no tiene razones para ello, hay unos motivos todavía más fuertes que impiden que vuelva a empezar desde 0, desde 3 o desde 20. Las segundas partes tan sólo son apariencias, aunque hagan falta. Y desgraciadamente, nosotros no necesitamos una segunda oportunidad, sino una primera y esa primera si que no va a llegar. Al menos, no mientras vivamos. 

domingo, 14 de abril de 2013

Si se acaba es porque había



No voy a hablar del tiempo. Ni de las oportunidades. No voy a mencionar el pasado, ni el presente, ni el futuro incierto. Tampoco diré nada de ti; ya he escrito suficientes veces sobre lo mismo. O al menos, las necesarias como para darme cuenta de que es algo que, inevitablemente, llevo dentro de mí. (Te llevo dentro de mí.)

No quiero mencionar los trenes que se marcharon y que no van a volver. Más que nada porque eso es mentira. Los trenes pasan siempre a la misma hora por la estación. Aunque creo que no me refería a los trenes materiales. Creo, no sé, no me hagas mucho caso. 

No voy a contarte cómo caen las gotas sobre la ventana los días que llueve mucho, o el por qué de mis manías que me llevan a no dormir por las noches (sí, admito que mi insomnio tiene motivos y no es ocasional.)

Se me están terminado los motivos por los que escribirte. No sé las razones, pero se me están acabando. Se van, y tú con ellos. Y eso es triste. Y me da pena que te vayas porque ya me acostumbraba al no tenerte que siempre te ha caracterizado, que nos ha dado forma... Estás acabando con lo que quedaba de mí; de mi yo desde el principio, de la niña que conociste. Ya apenas queda algo que reflejar sobre el papel de la cosa más bonita de esta historia, que eres tú, pero que no soy yo porque yo no estoy contigo y yo no soy sin ti. 
Pero que no te vayas. Supongo que a día de hoy escribo para mantenerte vivo. Así que por favor, no te vayas. Quizás no encuentre motivos y me falten miles de razones y argumentos y me sobren las ganas y las lágrimas y las ostias que me he pegado contigo cada vez que me hacías rozar el cielo. Pero me haces falta. Casi tanto como el primer día que te fuiste. Porque, ciertamente, todo es acostumbrarse.

jueves, 4 de abril de 2013

"Otro tango bailando con la esperanza."


Nunca he sabido expresarme del todo bien. Quizás deba explicarte el por qué sigo escribiendo sobre ti y puede que en algún momento necesite mencionar el comienzo de todo esto, pero es imposible referirse al principio sin nombrar el final. Al menos contigo.

Tal vez siempre hable de cómo acabó todo porque me dan escalofríos de sólo pensarlo. Y las palabras fluyen. Te prometo que salen solas cuando hablo de ti. No las culpes a ellas,  ni trates de excusarte con la estúpida idea de que sigo enamorada de ti. Aunque la verdad es que ya no sé de que manera cortar de raíz, si cada vez que estoy a punto de conseguirlo.. apareces en forma de recuerdo o te encuentro dando tumbos por ahí.
Y eso es un problema. Una putada.

Tengo más que comprobado que no hay droga, ni ciego, ni sonrisas que puedan sacarte de mi cabeza. Y ni hablemos de los "intentos" de intentos de olvidarte. Ni de las veces que se quedaron en expectativas de una vida sin ti.

Independientemente de que en cada final existe un principio, ¿ves por qué es más fácil empezar por el final? (qué ironía) Si duele hablar de que todo terminó algún día, de algún mes, de algún algo, aunque quizás fue mucho antes, más rápido de lo que pienso, no lo sé, ese dato ha sido borrado de mi memoria, o al menos escondido. (Supongo que para intentar evitar auto-destruirme muy poco a poco, a velocidad de vértigo.) Si molesta hablar del final, imagínate lo que jode hablar de ti desde el principio.

viernes, 29 de marzo de 2013

Intento de poesía.


Apoyada en su almohada, reflexiona. Está cansada de la rutina de todos los días. Una sensación invade su cuerpo, seguida por un escalofrío y por unas lágrimas que comienzan a asomar por sus ojos y a recorrer sus mejillas.
Lleva más de una hora escribiendo, borrando, volviendo a escribir y volviendo a borrar. Es como si fuera incapaz de hacerlo.
Llega a pensar que los motivos para hacerlo se fueron cuando él desapareció de su vida. Pero reconoce que ya ha pasado mucho tiempo. Ya lo decía Neruda, es tan corto el amor y tan largo el olvido. Pero no es el hecho de que él no esté ahí lo que le hace tanto daño.

Ella solía encender la radio y desconectar de la realidad para evadirse en un nuevo mundo. Cogía un libro y era capaz de volar. Así era. Decidida, valiente, responsable, un poco presumida, como todas las niñas de su edad. Le gustaba la fiesta, salir con sus amigas, divertirse, ir de compras con su madre, jugar con su hermano pequeño. Soñaba que, cuando fuese mayor, podría cambiar el mundo. Desde su punto de vista todas las cosas tenían un lado positivo y era partidaria de que las lágrimas tan sólo eran formas de desperdiciar sonrisas. Aunque dejó de tener esa percepción unos pocos días antes de que todo aquello sucediera. (Bueno, mejor dicho, dejara de suceder.) Era como tantas otras pero, a la vez, con cualidades que no poseía ninguna.
Tenía un algo que la diferenciaba del resto, algo que únicamente él pudo apreciar. Eso era lo que les unió desde un primer momento. Desgraciadamente, es inexplicable con palabras. La única manera de definirlo era mediante miradas, cómplices de un futuro inexistente, de un presente incomprensible y testigos de días y noches, peleas y reconciliaciones, baches, piedras en el camino, muchas cuestas hacia arriba y otras hacia abajo y sin frenos.
Por eso aquello que les unía era, a la vez, lo que les mantenía a flote. Y, desgraciadamente, también fue lo que  acabó su relación. Y lo que llevó a una “autodestrucción” un poco suicida de ambos.
Su mente aún no alcanza a entender el por qué de ese final.

Ha llegado hasta tal punto de mirarse al espejo y no reconocerse. Es consciente de que el amor no es un intento de poesía, como solía definirlo él. Ni es el conjunto de palabras que salen de sus manos como por arte de magia cuando le tiene como único pensamiento. Ni es él cuando está con ella, ni ella cuando le ve a él y siente que el corazón se le sale del pecho. El amor, propiamente dicho, no es un cúmulo de sensaciones, ni de sentimientos. Los sentimientos no entienden de personas. Las personas no comprenden, ni comprenderán nunca la grandeza que abarca un sentimiento como tal. Y ahora conoce esa realidad mejor que nunca.

Muchos han sido los que han intentado definirlo a lo largo de la historia de la humanidad y, a día de hoy, ni la RAE sabe bien de lo que habla cuando define subjetivamente esta palabra. La RAE no entiende de noches en vela, ni de llantos ahogados en la almohada, ni de preocupaciones sin sentido, ni de kilómetros de distancia que separan a dos personas que piensan que deben estar juntas. No sabe de alegrías, ni de engaños proporcionados por otra persona. Aunque, quizás, sí que lo sabe quién lo escribió. Tal vez, él sí que se enamoró alguna vez.
Pero tampoco se podría decir que el amor es el acto de enamorarse. Eso es un proceso.
Las canciones hablan de amor, pero de un amor que termina o que está en su máximo esplendor.
Nunca acabó de comprender eso.

Esta es la razón por la que ha decidido no encender la radio esta noche y ponerse a escribir. Intentarlo, al menos, sin acordándose de él. Misión imposible. Ya eran demasiadas las veces que había intentado escribir poesía sin nombrarle entre líneas, sin contar su historia, sin nombrar la palabra “kilómetros” o sin tener en mente ese día de un mes cualquiera, que le marcó tanto y de tal manera, que había llegado a convertirse en el único motivo de su escritura.

Harta de aquello, permite que sus pensamientos dejen de fluir por su mente y desaparezcan. Reniega de la realidad. No quiere darse cuenta de que él se ha ido.
Sabe que es de suicidas intentar autodestruirse, pero supone que es demasiado fácil tratar de saltar del precipicio donde la han situado sus emociones. Y lo fácil nunca es la mejor opción.
Sube a la azotea con el cuaderno en el que tantas y tantas veces le escribió a él y un mechero. Lo quema. Llora, pero no se detiene. Hasta que todo lo que queda son cenizas. Nada más que eso.
No se siente mejor pero al mismo tiempo es como si un peso hubiese sido liberado mientras que las cenizas llenaban el suelo.

Vuelve a su cuarto. Coge un lápiz y un papel y escribe:
“Te has ido, ahora soy consciente. Gracias por todo. Sé feliz y cuídate. Sería bonito decirte que siempre voy a estar esperándote pero ese siempre lo desperdiciamos hace mucho tiempo. Intentaré renegar de tu recuerdo tan pronto como me sea posible.”

Después se hace prometer a sí misma que no volverá escribir poesía hasta que consiga sacarlo de su cabeza. Ese es el precio que debe pagar por olvidarlo.

sábado, 9 de marzo de 2013

Entre líneas.

Si leyeras... si algún día leyeras algo de lo que te escribí, perdón, de lo que te escribo(...) Pero no como lo leen las personas normales. Sino entre líneas. Si pudieses descifrar el contenido que existe en cada letra, aquello que guarda cada palabra, cada párrafo, o cada intento de verso descubrirías que, en el fondo, no son más que suspiros incompletos de algo que nunca tuvo fin porque su principio nunca se dio. Si fueses capaz de notar en cada acento, en cada punto de la "i", ese silencio que levemente se identifica con el tuyo en tantas ocasiones. Si te hicieras consciente del dolor que llevan los puntos, los seguidos, los aparte y muy especialmente los finales. Es que no te haces una idea. Pero, si pudieras hacértela.. entonces me acabarías de conocer... más bien de entender.
Lo importante en cada escrito no es su contenido, sino lo que se esconde detrás de él, lo que intenta decir. Si escribo la palabra "kilómetros" sabes que equivale a decir tu nombre. Joder, eso al menos sé y soy consciente de que lo sabes. No me lo niegues ahora. Igual que sabes que si escribo "olvido" me refiero a un imposible, es sinónimo de incapacidad. Y punto.
Insomnio, desvelo, tú, acabar, empezar, joder, reír, pensar, redactar, hola, adiós, esperar, noches, tardes, noción, tiempo, vida, suicidio, droga, dolor, besos, ella, no yo, ella. Sueño, incapacidad, desconcentración, miradas que se perdieron pero que nunca se encontraron, ni se volverán a encontrar si quiera, ni de lejos, ni de cerca. Decir "te quiero" pensando en follar, Neruda y su luna, muda; vicios, canciones, recuerdos, cartas, folios, bolígrafos.
Entre todos hay algo más que una sencilla relación de significado, existente para mí e inapreciable para otros.
Porque cada palabra cuenta su historia, una lástima que nadie sea capaz de entenderla. 
"....y tan largo el olvido."
Y, aunque parezca que escribo sin sentido, me siguen faltando motivos y sobrando razones. En eso se resume todo. En eso te sintetizas. 

domingo, 24 de febrero de 2013

La saeta. - A. Machado

¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero,

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

sábado, 23 de febrero de 2013

Desahogo (26)

Recuerdo que volar era dormirme con la cabeza en tu hombro. Que estar sano era saber que estabas bien. Que los besos tenían secuela.
Recuerdo que estar lejos era no dejaría solos.




Recuerdo que cuando te ibas sin decirme, volvías al rato.

Hasta que una vez te fuiste y no volviste a volver.

Y las medias noches se hicieron noches a medias.





                                                                 J. Porcupine. 

domingo, 10 de febrero de 2013

El día que deje de escribir.

El día que deje de escribir sobre ti... En el preciso momento en el que no redacte nada que tenga que ver contigo...

Y de sobra sé que eso no llegará nunca. Sabes tan bien como yo que es imposible. 
No puedo dejar de escribirte, ni de echarte de menos. No puedo olvidar algo que nunca tuvo lugar.
Eres droga. De esa que mata muy poco a poco y lentamente, que te va arrancando el subconsciente para manipularlo, para hacer necesario un recuerdo tuyo como mínimo al día, o relacionar lo que sea contigo aunque no tenga nada que ver. Y te consume, y te mata, y te deja tonta. Aún conociendo que dueles, te necesito aquí. A-Q-U-Í. Y ahora, pero sobretodo aquí. No me importaría morir de sobredosis si es por ti, por un beso, por tenerte conmigo. Porque lo demás me da exactamente igual.
Porque tú, contigo, o sin ti. Después ya no hay nada. Vacío, soledad, silencio, ganas de odiarte, días para quererte y lágrimas que derramar al sonreír pensando en aquellos tiempos en los que yo a ti también te importaba. 
Eres una especie de rutina, pero no cansas.