la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

viernes, 11 de octubre de 2013

Olvido, qué nombre más bonito tienes.

Que ya no siento esas ganas locas de coger un tren y besarte en el andén. (O quizás sí, pero están tan escondidas que a pesar de haberlas buscado por todas partes no he conseguido dar con ellas. Y en fin, esto no es el juego del pilla-pilla así que si no las he encontrado, será por alguna razón. Aunque desconozca la misma y sólo seas tú el que puede explicarla,o deducirla o algo por el estilo.
Por fin te he enterrado, me he deshecho de tus cenizas arrojándolas al mar y he dejado de llevarle flores marchitadas a las intenciones de seguir luchando por alcanzarte.
Y he parado de escribirte a pesar de que aquí dé a entender que lo siga haciendo.
Y eso me hace feliz. Puede que incluso más de lo que lo era estando sin ti, 
pero contigo (bendito vaivén de sentimientos).

Sí, he de admitirte que te colaste en cada milímetro de mi piel, que me calé de ti hasta más allá de los huesos y que te pertenecía cada pedacito de corazón y cada impulso por escribir, sin dejar atrás cada noche de desconsuelo y todos esos insomnios que me pasé hablándole de ti a la almohada y dialogando con la luna en la terraza de la playa sobre tu sonrisa y tu tú. Eras.
(Continúo sin palabras para definirte)

Pero, ya ves, por todo se pasa. A mí contigo me ha pasado de todo: desde rozar el cielo y subir muy alto hasta caerme desde un precipicio y estar a las puertas del infierno, metafóricamente hablando, que podríamos calificar como un intento fallido de pasar el invierno, la primavera, el verano y el otoño lejos de ti. Créeme que las estaciones saben de lo que hablo y las paredes de mi cuarto, también.
No les creas cuando dicen que el infierno quema y que arde porque te aseguro que yo no he pasado más frío en mi vida.
Tu ausencia me hizo ser alguien que no se parecía a quién era yo. Y ni lo intentaba. Todo deja secuelas, incluido tú y tu maldita influencia.
(Aquí me tienes para demostrarlo por si te quedas con la duda.)
Porque aún sigo preguntándome el jodido motivo por el cual venías cada vez que el hecho de escuchar tu nombre no me desgarraba y me rompía y me destrozaba y perforaba mis oídos. A día de hoy, 11 de octubre, esa pregunta queda calificada como sin respuesta. Tanto como por tu parte, como por la mía.
Está más que claro que hay ciertas cosas que no tienen solución.
Y, para bien o para mal, esta no tiene arreglo. 

(Aún así yo me estoy recomponiendo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario