la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

lunes, 30 de diciembre de 2013

2013.

Nota: Las personas a las que va dirigido esto deben saber quiénes son de antemano, no hay necesidad de escribir nombres y apellidos porque tienen que leerse entre líneas (y no líneas).

El 2013 va llegando a su fin.
Podría resumirlo empezando por enero y acabando, cómo no, por diciembre pero eso sería dos cosas: por un lado, demasiado fácil y por otro supondría ir redactando momentos. Yo quiero nombrar personas.
Supongo que coincidiremos en que los momentos pasan y las personas permanecen; teniendo en cuenta como excepción aquellas veces en las que se van las personas pero se quedan sus recuerdos. En fin, que eso es otra historia.

Sé que voy a empezar con el menos indicado pero, cariño, sabes bien que me has marcado como nadie este maldito 2013. Los años impares tienen algo en común contigo, mi amor, y es que nunca fueron hechos para mí.
Podría decirse que hemos pasado por muchas cosas este año, aunque menos que los anteriores y quizás eso sea la señal definitiva para dejarte atrás este año que comenzará en unas horas. No sé si es lo correcto. No sé si escribirte es correcto pero siento necesidad de hacerlo en este “último adiós” a las oportunidades que perdimos y desperdiciamos durante doce meses. Doce meses. Sin ti. Contigo. Sin ti. Contigo. Sin ti. Sin ti, si ti. Como si escribirlo fuera un suspiro; sin ti. Debo admitir que no sólo me has hecho llorar, sino que me has dado ánimos, me has devuelto la esperanza más de una vez aunque después me la arrebatases de nuevo y me has hecho seguir, seguir, seguir. Te me has aparecido incluso en sueños, vida mía, para decirme que estabas bien, que olvidarte sería lo mejor para los dos, que nada ni nadie puede ser más fuerte si me lo propongo. Y ahora sé que tienes razón. O que tu fantasma tiene razón. Gracias por este verano, por ilusiones, lágrimas y huidas. Y las vueltas de no saber marcharme. Gracias por demostrarme que las mejores rosas son las que tienen peores espinas y las que te provocan heridas que no son las que más fácil y rápido cicatrizan. Gracias por hacerme pedazos, volar y caer de un precipicio, romperme las piernas con las recaídas en cada salto de aire contigo, gracias por matarme por dentro, por enseñarme que no me puedo fiar de la gente y que debo tener más amor propio. Gracias por hacerme feliz, porque al fin y al cabo, lo has hecho. Y adiós. Adiós a ti y a mí suspirando por cada uno de tus huesos y rogando al destino que nos calase dentro del corazón del otro, que nos cruzase en una carretera o en alguna conferencia, o qué se yo, en una excursión. Nadie podrá igualarte.

Ahora os toca el turno a vosotras. Sois ocho, pero para mí es como si fueseis una sola.
Por querer romperle las piernas a más de uno por tocar los cojones. Por la tía de los tacones rojos y el cani de la bufanda con el que me obligaste a bailar. Por la vez que nos llevó tu padre en el coche me pasé de mi casa y crucé esquivando coches. Por la vez que nos recogió el mío y volvimos haciendo eses. Por tu caída de la feria. Por ti, por mí y porque este año va a ser nuestro. Eres increíble. Por el recreo de las coca-colas. Por los sueños con aquí la amiga que impiden cierto grado de concentración. Por tirar de mí hacia arriba incluso cuando estabas peor que yo. Y qué cojones, ¡por el cambio! Por la mochila y el tenderete del camino. Reencuentro loco en Fuengirola. Por el año que empieza en unas horas y acabará. Porque esa noche la luna pudo ser la más grande de muchos años pero tú la veías doble. Por estar chillando como una loca y haciendo fotos como si no hubiera mañana el día ese que sabes que fue tan importante para mí. Porque tenías razón y te sentías orgullosa. Por todos los kilómetros que recorrimos, por el camino de piedras y seguir el ritmo. Por las paraditas y sus conversaciones. ¡Venga chicas, ánimo chicas! Por risas, llantos y esa canción que ahora estás pensando que casualmente te sale en aleatorio, vaya casualidad… Por las resacas en el provenzal, con gafas de sol, palomas cagando y planeando cómo no comer en casa porque ponen lentejas. Por defender con uñas y dientes lo que es nuestro. Por querer meteros en follones porque no os parece ético que haya puesto eso y verás como se lo encuentre la que lo ve todos los días cogiendo el autobús. Por la Buti. Por los doce meses que me habéis regalado y por todo lo que hemos vivido. Tanto bueno como malo, de los errores también se aprende.

No me olvido de vosotras dos. Mis dos niñas de Fuengirola, el sitio que nos volvió a unir. Muchísimas gracias por este verano, por los paseos de día y las charlas de noche, por hacerme levantarme de la siesta para salir a la playa o a la piscina y por sacarme casi literalmente de los pelos de mi casa en los días que he estado peor. Por la lluvia de estrellas que no llovió nada. Por la noche en una casa cenando pizza y las fotos que salieron de ahí. Por escucharme. Por demostrarme que aunque nos veamos de vez en cuando tenemos una amistad enorme, porque os quiero muchísimo y espero vivir con vosotras el resto de años que me quedan de vida. Gracias, gracias, gracias. Nunca será suficiente las veces que os lo diga porque de verdad os digo que me habéis demostrado tanto… tanto, tanto que no sé como expresarlo.

A la de al lado y a la que tenía antes atrás. Gracias por alegrarme las mañanas y sacarme sonrisas. Por aguantar mi mal humor y mis ganas de mandarlo literalmente todo a la mierda e intentar que vea el lado positivo de las cosas. Por el cartel del loco del skate y por la vez que la otra casi tira a un pobre muchacho en Barcelona. Por los piques tontos de las seis horas al día y por las reconciliaciones basadas en sonrisas.

A ti, que estoy harta de decirte que no sé cómo lo has hecho ni qué cojones haces para tenerme así pero no dejes de hacerlo nunca. Y quién te iba a decir a ti ese ocho de septiembre que parecía tan callada que hablo hasta durmiendo… Por las veces que te he dicho; “Anda vamos a dar un paseito” y hemos acabado en la mezquita y tú quejándote porque hay que ver Isa que vengo andando y me haces andar más. Porque sé que viniste a darme unos apuntes de historia y acabaste recorriéndote Córdoba entera porque te convencí para que me acompañases y bueno, porque sé que en el fondo querías darte una vueltecita y contarme tus cositas. Porque nunca he conseguido estudiar contigo en una biblioteca, ahora que el primer comentario de texto que hice, olé, a ti te lo debo. Por las fotos que no nos hemos hecho porque llevaba pelos de loca y porque a mí león me llamas tú y según tú nadie más. Por los cinco minutitos más que acabaron siendo siempre poco más de media hora. Por las veces que sin saberlo me has sacado hacia delante. Eres grande, corazón, eres grande. Gracias por haber aparecido porque, realmente, tú eres una de las pocas cosas buenas que me ha traído este 2013.

2013 fue una madrugada y un veinte de abril.

2013 fueron desconocidos que se cruzaron conmigo por la calle y me dedicaron una sonrisa, retrasar el despertador cinco minutos más, casi llegar tarde porque se me cayó el móvil al váter, una entrada de año que dejó bastante que desear y unos churros que estaban más fríos que qué se yo, una noche de terror en el colegio y una semana santa desgraciadamente pasada por agua. 2013 fue ver por primera vez la madrugá en Sevilla, aprender a leer poesía, reencuentros y despedidas, insomnios con nombre y apellidos con fecha de caducidad.

2013 fueron 365 días, pero muy pocas noches. 

martes, 17 de diciembre de 2013

Sin destinatario-

Puede parecer extraño pero concebís amores platónicos sin conocer el verdadero significado de esta expresión. Utopía. Irrealidad. Y seguís a pie de cañón esperando el día en que podáis escuchar una palabra que salga de su garganta, o seáis testigos de una mirada que transmita más que todas las que habéis recibido a lo largo de vuestra vida.
Claro, al fin y al cabo, soñar es gratis. O eso dicen.

Vosotros.
Habláis de atardeceres sin haber visto al sol posarse sobre su espalda, ni esconderse porque sabe que, a su sombra, no es nada.
Habláis de vivir para siempre bajo el mar y no conocéis la sensación de sumergiros en las cuencas hidrográficas de sus ojos aún cuando están cerrados, durmiendo o soñando, ya sea despierto que preso del cansancio o compañero del descanso, pues son iguales de impactantes a mi juicio. (Y al de todo el que ha querido quedarse en ellas.)
Habláis de noches de fiesta y de desenfreno sin daros cuenta de que no podréis estar entre él y la luna cualquier madrugada, ni desear que pongan un lento en lugar de tanta música comercial para aferraros su cuello y que él se amolde a vuestra cintura mientras os movéis al son de las notas que, en ese momento, parecerán parte de una partitura compuesta exclusivamente para intentar que todo sea perfecto. Rectifico, que lo sea. A su lado es imposible que algo salga mal, lo digo por experiencia.
Habláis de personas que os salvan las horas muertas de cada amanecer sin ser conscientes de que, con tan sólo una palabra, puede socorreros todos y cada uno de los días que os queden en la tierra.
Habláis de querer sentir correr la sensación de adrenalina por la sangre y vértigo y no os habéis tirado del precipicio que se forma en la comisura de su boca poco después de darle un beso. Y no hablemos del último, del de antes del final.
Habláis de que los escalofríos os recorren la piel cuando no habéis escuchado que su voz pronuncie vuestro nombre. Su voz. Todo suspiros, todo silencios, todo él. Todo. Él.
Habláis de sonrisas sin conocer la curva de su boca y os dais los buenos días sin que él os llame a modo de despertador cada mañana para deciros: “Eh, bonita, venga arriba que eres una tardona y como no te levantes vas a llegar tarde. Y me voy a enfadar y no voy a ir a verte.” Y ni con esas viene después.
Habláis de amor sin sentir sus “te quiero” grabados a flor de piel en la vuestra, en el subconsciente y en la memoria, y en el corazón.
Habláis de dolor y de lágrimas sin intimar con la emoción amarga de su último portazo, su última mentira, su último viaje hacia cada uno de vosotros que, más que de ida, sería de vuelta.
                                                                 … Y ahora pensáis en él sin saber su nombre…


Y yo…
Yo hablo de él sin conocerle si quiera, sin vivir en sus ojos, ni salvarle de amanerceres, ni sentirme segura en las madrugadas porque sé que está conmigo (más que nada porque soy consciente de que nunca estuvo, aunque lo aparentara).
Y escribo esto sin poder nombrarte, aunque sea entre líneas, sin saber dónde estás o si eres feliz porque aún no has tenido los cojones de pasarte por mi vida. Porque todavía no sé quién eres, porque sólo sé que nunca te traté, ni de tú, ni de usted, ni de vista. No te reconocería ni con reminiscencia; ni te olvidaría si te conociese. Quizás sea por eso por lo que no he sido capaz de describir a nadie más que no seas tú, o la razón por la que he dedicado unas líneas a más de uno sin estar a tu altura. O porque tú ya no eres tú y a mí eso me basta y me sobra para tomarlo como excusa para todo; incluso para deshacerme de lo que queda de ti.


[A pesar de esto, escribir sin destinatario es sinónimo de ser sincero y yo hablo de ti aún sin ser testigo de tu verdadero ser, mi amor] 

domingo, 8 de diciembre de 2013

La solución definitiva.

Los monstruos que habitaban el rincón de debajo de la cama han dejado de preguntarme por ti. Se han marchado con la última de las cartas que quemé y que no debieron ser escritas.No sé exactamente por qué pero esperaban ansiosos ese momento en el que, por fin, me desprendiese de ti. Supongo que lo hacían para poder irse ellos sabiendo que yo estaré bien, que no volverá a atravesarme el pecho un puñal cada vez que escuche tu nombre. Y ya ves, parece mentira que hasta ellos hayan conseguido ponerse de acuerdo en algo; aunque ese algo conlleve a tu partida definitiva. 
Aún así, yo (te) sigo escribiendo. 
¿Acaso debería intentar detener a aquellos recuerdos que piden a voces volver a su tumba y dejar de dejarles flores marchitas? Porque, a fin de cuentas, es lo que llevo haciendo desde hace más de un año.
Los monstruos de debajo de la cama han respondido por ti, y por mí. Me han hecho entrar en razón. Me han explicado que por muchos insomnios que lleven tu nombre siempre serán más las madrugadas desperdiciadas en pensar en todo eso que pudo ser y no fue. Dan igual las razones, no fueron por alguna u otra de ellas, ¿qué importa entonces? Si esto es un sinsentido que no lo entiende ni el que lo redacta. 

Al final todo acaba reduciéndose a cenizas. 
Puede que ellos se lleven las tuyas y las tiren al mar. Ellos saben que vivo enamorada del movimiento de sus olas y de él y que pienso con más claridad cuando me encuentro sumergida en su seno. Quizás tenerte allí me ayude a tomar las decisiones más frías  para después poder tomar contacto con la arena caliente.

No sé a qué le escribiré a partir de ahora pero cada vez estoy más cerca de dejar de nombrarte entre líneas. 
Te diría que estoy segura de que te voy a echar de menos pero. 
(fuiste tú el que metió el portazo, yo sólo intento llamar al cerrajero y cambiar la cerradura para que no puedas volver a entrar)
Hasta siempre, mi amor.