Aún así, yo (te) sigo escribiendo.
¿Acaso debería intentar detener a aquellos recuerdos que piden a voces volver a su tumba y dejar de dejarles flores marchitas? Porque, a fin de cuentas, es lo que llevo haciendo desde hace más de un año.
Los monstruos de debajo de la cama han respondido por ti, y por mí. Me han hecho entrar en razón. Me han explicado que por muchos insomnios que lleven tu nombre siempre serán más las madrugadas desperdiciadas en pensar en todo eso que pudo ser y no fue. Dan igual las razones, no fueron por alguna u otra de ellas, ¿qué importa entonces? Si esto es un sinsentido que no lo entiende ni el que lo redacta.
Al final todo acaba reduciéndose a cenizas.
Puede que ellos se lleven las tuyas y las tiren al mar. Ellos saben que vivo enamorada del movimiento de sus olas y de él y que pienso con más claridad cuando me encuentro sumergida en su seno. Quizás tenerte allí me ayude a tomar las decisiones más frías para después poder tomar contacto con la arena caliente.
No sé a qué le escribiré a partir de ahora pero cada vez estoy más cerca de dejar de nombrarte entre líneas.
Te diría que estoy segura de que te voy a echar de menos pero.
(fuiste tú el que metió el portazo, yo sólo intento llamar al cerrajero y cambiar la cerradura para que no puedas volver a entrar)
Hasta siempre, mi amor.
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