la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

martes, 17 de diciembre de 2013

Sin destinatario-

Puede parecer extraño pero concebís amores platónicos sin conocer el verdadero significado de esta expresión. Utopía. Irrealidad. Y seguís a pie de cañón esperando el día en que podáis escuchar una palabra que salga de su garganta, o seáis testigos de una mirada que transmita más que todas las que habéis recibido a lo largo de vuestra vida.
Claro, al fin y al cabo, soñar es gratis. O eso dicen.

Vosotros.
Habláis de atardeceres sin haber visto al sol posarse sobre su espalda, ni esconderse porque sabe que, a su sombra, no es nada.
Habláis de vivir para siempre bajo el mar y no conocéis la sensación de sumergiros en las cuencas hidrográficas de sus ojos aún cuando están cerrados, durmiendo o soñando, ya sea despierto que preso del cansancio o compañero del descanso, pues son iguales de impactantes a mi juicio. (Y al de todo el que ha querido quedarse en ellas.)
Habláis de noches de fiesta y de desenfreno sin daros cuenta de que no podréis estar entre él y la luna cualquier madrugada, ni desear que pongan un lento en lugar de tanta música comercial para aferraros su cuello y que él se amolde a vuestra cintura mientras os movéis al son de las notas que, en ese momento, parecerán parte de una partitura compuesta exclusivamente para intentar que todo sea perfecto. Rectifico, que lo sea. A su lado es imposible que algo salga mal, lo digo por experiencia.
Habláis de personas que os salvan las horas muertas de cada amanecer sin ser conscientes de que, con tan sólo una palabra, puede socorreros todos y cada uno de los días que os queden en la tierra.
Habláis de querer sentir correr la sensación de adrenalina por la sangre y vértigo y no os habéis tirado del precipicio que se forma en la comisura de su boca poco después de darle un beso. Y no hablemos del último, del de antes del final.
Habláis de que los escalofríos os recorren la piel cuando no habéis escuchado que su voz pronuncie vuestro nombre. Su voz. Todo suspiros, todo silencios, todo él. Todo. Él.
Habláis de sonrisas sin conocer la curva de su boca y os dais los buenos días sin que él os llame a modo de despertador cada mañana para deciros: “Eh, bonita, venga arriba que eres una tardona y como no te levantes vas a llegar tarde. Y me voy a enfadar y no voy a ir a verte.” Y ni con esas viene después.
Habláis de amor sin sentir sus “te quiero” grabados a flor de piel en la vuestra, en el subconsciente y en la memoria, y en el corazón.
Habláis de dolor y de lágrimas sin intimar con la emoción amarga de su último portazo, su última mentira, su último viaje hacia cada uno de vosotros que, más que de ida, sería de vuelta.
                                                                 … Y ahora pensáis en él sin saber su nombre…


Y yo…
Yo hablo de él sin conocerle si quiera, sin vivir en sus ojos, ni salvarle de amanerceres, ni sentirme segura en las madrugadas porque sé que está conmigo (más que nada porque soy consciente de que nunca estuvo, aunque lo aparentara).
Y escribo esto sin poder nombrarte, aunque sea entre líneas, sin saber dónde estás o si eres feliz porque aún no has tenido los cojones de pasarte por mi vida. Porque todavía no sé quién eres, porque sólo sé que nunca te traté, ni de tú, ni de usted, ni de vista. No te reconocería ni con reminiscencia; ni te olvidaría si te conociese. Quizás sea por eso por lo que no he sido capaz de describir a nadie más que no seas tú, o la razón por la que he dedicado unas líneas a más de uno sin estar a tu altura. O porque tú ya no eres tú y a mí eso me basta y me sobra para tomarlo como excusa para todo; incluso para deshacerme de lo que queda de ti.


[A pesar de esto, escribir sin destinatario es sinónimo de ser sincero y yo hablo de ti aún sin ser testigo de tu verdadero ser, mi amor] 

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