la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

miércoles, 26 de junio de 2013

Autodestrucción

Somos drogadictos de promesas incumplidas, de espacios en blanco acompañados de versos sin métrica, de amor sin celos, sin rodeos, sin sentimientos.

Eras un extraño conunto de sonrisas perdidas, razones por las que tragarse el orgullo, melancolía pura de Neruda para ambos oídos, Benedetti en los labios, versos en los ojos, prosa sobre los pasos, dudas en cada escrito, poesía que contaba con la capacidad de nombrar entre líneas, lunas llenas y amaneceres cómplices de insomnios, silencios que abarcaban todo lo que hacía falta decir y miradas… Miradas que  mataban sin haberlas lanzado si quiera.


Y efectivamente, después de eso, que viene siendo lo mismo que detrás de ti, no hay nada. Ni sonrisas, ni lágrimas que ahogan el sueño, ni razones por las que no dormir. No queda nada. Ni de ti, ni de mi. Nos hemos consumido, más bien: has acabado consumiéndome. Te llevaste lo poco que quedaba de mí.
¿Y ahora qué? ¿Qué cojones pasa cuando todo se ha esfumado?
¿Qué tiene que ocurrir cuando todo lo que sobran son ganas? Además de tiempo, paseos a altas horas de la madrugada y rutas a primera hora de la mañana, ojeras, falsas esperanzas, promesas que nunca tuvieron intención alguna de cumplirse...
Falta tiempo, falta paciencia, faltan hechos, sobran palabras y faltas tú.
Y no quedan besos, ni abrazos, ni encuentros en las vías de un tren que nunca llega a su destino. No queda nada. Ni una despedida. 

Pero, por favor, si te vas, deja de volver. Esa es la única condición que te pongo porque con esto pasa un poco como con las velas, que cuando ya han dado de sí todo lo que tenían y no tienen más cera que consumir para producir luz, se apagan. Y por mucho que intentes prender fuego en ellas, es imposible.
Quizás lo mejor sea decir adiós. Y olvidar. Con tiempo o sin él. 

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