Parece increíble
que lleve ya aquí más de una hora intentando camuflarte y esconderte entre las
líneas que ahora escribo. Me resulta
complicado hacerlo esta vez porque todas las palabras quieren hablar de ti,
desean describirte tal y como tú eres. Es como si su único quehacer hoy fuese
proyectarte a escondidas. No hay un orden para ellas, salen todas a la vez como
si de una carrera se tratase. (Y qué razón tienen… Carrera de fondo irte o quedarte.)
A pesar de que mi
mente no da para mucho más que para unos cuantos golpes de tinta a los que sólo
algunos pueden hallarles el sentido, te he escrito algo. Y lo he hecho porque
me niego a recordarte teniéndote en frente, porque, dentro de lo que cabe, te
estoy cuidando aunque tú no seas consciente de ello.
“Llevo observándote desde el otro lado de la
ventana, despacito, con ternura, intentando que nadie allí dentro se de cuenta de
ello desde que me enteré de que estabas aquí. Sé que cada día esperas con ganas
el momento en el que llego, te pregunto cómo estás y te tiro un beso. O dos. O
los que hagan falta para que sonrías, aunque sea sin darte cuenta. Y yo
entiendo que no puedas contestarme, pero aguanto con la mirada clavada en tu
imagen. Estoy segura de que te enteras, no sé muy bien la manera; pero sé que
sabes que estoy contigo, al otro lado, pero contigo.
Eres el hombre más fuerte que he conocido.
Tú, pelirrojo de ojos verdes en los que tantas y tantas veces me he visto
reflejada, de los que un día llegué a enamorarme incondicionalmente.
Contigo todo era un entendido entre
miradas.
Te escribo a ti, cómplice a escondidas, por
el que creo recordar (y sé que recuerdo bien) que jamás derramé una lágrima,
todo lo contrario, cada vez que estaba a tu lado me sacabas la mejor de mi
sonrisas, me llamabas guapa y me decías que me querías, que era especial. Adoraba
cómo me sentabas sobre tus rodillas, me contabas historias y acabábamos riéndonos
hasta que no podíamos más, hasta reventar de dolor de barriga, a carcajada
limpia. Me encantaba cómo describías a la mujer que lleva a tu lado todos estos
años, esa por la que vives y por la que estás dispuesto a darlo todo, aquella
de la que estás más enamorado que el primer día.
A ti, autor y guionista de los mejores
momentos que he podido pasar a lo largo de mis diecisiete años de vida. Nunca
llegué a agradecerte las veces suficientes lo importante que eres, la falta que
me haces. Quizás, porque desgraciadamente, hay veces que necesitamos momentos
así para darnos cuenta de lo que realmente necesitamos. Y yo ahora sé que te
necesito a ti, aquí, a mi lado y no al otro lado del cristal.
A ti, porque te quiero.
A ti, porque sé
que puedes. Porque unos cuantos tubos no van a impedir que vuelvas (por favor, vuelve), y sé que regresarás. Tarde
o temprano volverás a estar con nosotros como lo estabas una semana atrás. Te
estamos esperando, no lo olvides.
A ti, que estás luchando mientras que los
que te queremos lo estamos haciendo contigo pero en silencio. La batalla es
tuya. Todos dicen que la estás ganando, que no estás bien, pero que estás
luchando, que lo vas a conseguir. Y yo sonrío orgullosa cuando escucho eso
porque pienso lo mismo que ellos y me siento afortunada de haberte conocido y
de ser tuya y no de otro.
Estos días están siendo duros. Vuelve. No
sé el número exacto de veces que he escrito “vuelve” pero no son suficientes. Quiero
oír esa voz de nuevo, sumergirme en el mar que esconden tus ojos, visitarte los
domingos, reírme en tu casa, ser feliz, otra vez, estando contigo, literalmente y no de
esta manera.
Mientras
que siga así prometo visitarte diariamente, te prometo tu beso desde este otro
lado. Voy a intentar estar siempre con una sonrisa en la cara, ahora, eso sí,
con nombres y apellidos, los tuyos, que para el caso, casi que son los míos.
Te escribo a ti porque sé que te hará
ilusión leer esto cuando mejores, abuelo.
Regresa porque nos haces falta.”
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