Déjame decirte que la humanidad no conoce muerte más bonita que la mía el día que decidiste entrar a formar parte de mí. Y contarte que los lunares de tu espalda no tienen la capacidad de hacerle eco a las lágrimas que se perdieron a mitad de camino implorando la vuelta de aquellas letras que componían tu ausencia.
Permíteme narrarte,a modo de cuento para dejar de dormir el resto de los días, cómo, cuándo, dónde y por qué dejé de existir (aquí es cuando obviamos el por quién, tampoco es que hagan falta más de unas cuantas luces y dos dedos de frente para caer en su identidad). Hazme frente. Por favor. Hazte frente de una puta vez delante de un espejo y pídete las explicaciones que yo no pude darte. Échale cojones ahora que te falto, que ya somos tres los que queremos saber: ellos dos, y yo. Recupéralos antes de que salgan corriendo en dirección opuesta a tu cerebro.
Corazón, me hiciste creer que me faltaba y gracias a la vida ahora sé que siempre estuvo conmigo, que fuiste tú, eras tú y eres tú el que no quería darse cuenta de.
Y aún así, parece como si después de todo tuviese que darte las gracias por destrozar mis sentimientos y fragmentarme hasta perder la cuenta de los pedazos que un día fui.
La parte de mi cuerpo que era agua se evaporó cuando te fuiste y quiso ahogarme cuando me marché.
Te juro que sigue siendo lo mejor que he hecho en mi vida: despedirme de ti.
Ya he tachado de la lista de cosas pendientes a tu ausencia y eso que todavía me sigue llenando, y eso que me consuela casi tanto como el amor de una madre. En mi superficie me alegra saber que te perdí por voluntad propia y digo mía y no tuya.
No me hables de submarinismo a mí, que he estado tocando fondo durante 1514 días (y me hizo falta una noche para salir a flote)
Hasta siempre, memoria. Que te descuide otro, que yo, ya no.
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