Al fin y al cabo suicidarnos en unos ojos siempre nos parecerá mucho más ético y menos doloroso que tirarnos desde un ático o saltar a las vías del tren.
Y qué equivocados estamos cuando pensamos que así nos ahorramos sufrimiento. Porque esta es la manera de morir más dulce y amarga que podemos experimentar durante nuestra corta (pero intensa) existencia. De este modo, siempre nos quedará encontrarnos entere las miradas de la gente y decirnos a nosotros mismos:
"Eh, que en esos ojos escogí matarme yo", o lo que es lo mismo, aterrizaje forzado tras la primera toma de contacto con su boca; perder el culo por su voz y el aliento por sus manos.
Cambiar insomnios por son-risas de madrugada.
Testificar acta de defunción tras el último portazo y paro cardíaco inminente después de la primera huida.
El deseo de echar a correr hacia ningún lugar y querer con todas tus ganas perderte en un mar metafísico que se ha ido construyendo a base de lágrimas. Tus lágrimas. Porque en aguas metafísicas también podemos ahogarnos, ya lo dijo Cortázar.
Y después, creer resucitar en los (re)encuentros y vivir un poquito menos felices atados a un pasado en el que nosotros mismos decidimos probar suerte, muy a pesar de las consecuencias pues no caímos en la cuenta de ellas.
El problema es que nunca volveremos a ser los de antes y eso no hay mucha gente que lo entienda.
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