Y también sé que odiará todo lo que yo no supe quererte.
Y maldecirá cada uno de tus ataques, tus regresos y mis estúpidas recaídas. Suicidas y hermosas recaídas. Y sabrá que lloré tu primera despedida como lo hice sin cojones en la última y que no era capaz de pronunciar tu nombre por miedo a que alguien te hiciese suyo aún sin conocerte y que las sonrisas más sinceras las he tenido al escuchar tu voz, o al soñar-te.
Y me ayudará a deshacerme de la parte de mi débil subconsciente que no deja de hablar de ti y que cada vez escucho menos a pesar de saber que siempre ha estado vigilada por tus pupilas.
Y pulirá los huesos en los que un día te calaste tan dentro y de una manera tan indescriptible que nunca terminará de borrarte del todo.
Y entonces te odiará con más fuerza y me querrá un poquito menos.
Muy a mi pesar.
Y todo finalizará cuando acepte que vivir acompasado a tu recuerdo es lo más cuerdo que puede hacer si no quiere enfrentarse a mi memoria, más que nada porque no creo que tenga la suerte de que sea un psicólogo y pueda comprender que yo una vez fui hasta que te fuiste y dejé de ser.
Hasta que apareció y decidió cambiarme los insomnios por contemplar madrugadas.
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