la culpa fue mía por escoger suicidarme contigo…

domingo, 2 de marzo de 2014

Buenas noches, corazón.

A estas alturas estábamos ya demasiado lejos como para echarnos de menos aunque muy cerca para vernos temblar, derretirnos en otros brazos y trasnochar en cualquier boca con un solo objetivo: perdernos de vista y olvidarnos del todo.
                                                 Para nunca conseguirlo
                                          Para seguir escribiendo-[(te)]
   Y aún así continuar con tu nombre grabado en mi piel, como con permanente, como por ti, como por y sin nadie más que ese que dejaste de ser.


Tu sombra en mi retina. Aquel junio, aquella pista, aquellas vistas (¡y qué vistas!), aquel encuentro que dejó de producirse, que acabó con nosotros.


Motivo de destrucción: tu risa. Ese sonido con el que soñé tantas veces, la comisura que llegó a quitarme el sueño. Folios y folios en blanco que pasaron a llevar tu nombre escondido en todos y cada uno de ellos.


Tu nombre. Eso que nunca me atrevo, ni me atreveré, ni tan siquiera me he atrevido a escribir. Ese sustantivo que me desgarra por dentro y me rompe en mil y un pedazos cada vez que, por algún motivo, decide rozar mis tímpanos.


Hace tiempo que me río cuando me hablan de tirarse desde precipicios, de las subidas de adrenalina que se producen al caer en paracaídas. Y me da la risa porque para precipicios desconocidos sé que existe tu cuello; y para subidones de adrenalina he tenido más que de sobra con tus idas y venidas, portazos y cambios de cerradura y las ganas de tenerte cuando te había perdido de vista, así por decir algo.
Tiirarse hacia tus clavículas es lo más parecido a una piscina sin agua. Aún sabiendo que podía morir en el intento, lo realicé a conciencia.


Y sí, soy consciente de que nunca volveré a encontrarme con tus manos, a enredarme en tu pelo y perderme en tus labios. Más que nada porque ni siquiera he tenido el placer de conocerte. – TE DESCONOZCO Y AÚN ASÍ, TE ESCRIBO –
Tal como eras.
Y también sé que no hay más vuelta de hoja, ni folios, ni teclas, ni espacios en blanco, ni tinta, ni motivos para perderte que vuelvas. Quizás porque nunca te has ido: habitas en mi conciencia.


Y así. Sucesivamente. Supongo que ya sólo me queda decirte: “Buenas noches de nuevo, corazón, nos vemos cuando se me cierren los ojos. Hasta entonces, echémonos de menos.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario