A
estas alturas estábamos ya demasiado lejos como para echarnos de menos aunque
muy cerca para vernos temblar, derretirnos en otros brazos y trasnochar en
cualquier boca con un solo objetivo: perdernos de vista y olvidarnos del todo.
Para nunca conseguirlo
Para seguir escribiendo-[(te)]
Y aún
así continuar con tu nombre grabado en mi piel, como con permanente, como por
ti, como por y sin nadie más que ese que dejaste de ser.
Tu
sombra en mi retina. Aquel junio, aquella pista, aquellas vistas (¡y qué
vistas!), aquel encuentro que dejó de producirse, que acabó con nosotros.
Motivo
de destrucción: tu risa. Ese sonido con el que soñé tantas veces, la comisura
que llegó a quitarme el sueño. Folios y folios en blanco que pasaron a llevar
tu nombre escondido en todos y cada uno de ellos.
Tu
nombre. Eso que nunca me atrevo, ni me atreveré, ni tan siquiera me he atrevido
a escribir. Ese sustantivo que me desgarra por dentro y me rompe en mil y un
pedazos cada vez que, por algún motivo, decide rozar mis tímpanos.
Hace
tiempo que me río cuando me hablan de tirarse desde precipicios, de las subidas
de adrenalina que se producen al caer en paracaídas. Y me da la risa porque
para precipicios desconocidos sé que existe tu cuello; y para subidones de
adrenalina he tenido más que de sobra con tus idas y venidas, portazos y
cambios de cerradura y las ganas de tenerte cuando te había perdido de vista,
así por decir algo.
Tiirarse
hacia tus clavículas es lo más parecido a una piscina sin agua. Aún sabiendo
que podía morir en el intento, lo realicé a conciencia.
Y
sí, soy consciente de que nunca volveré a encontrarme con tus manos, a
enredarme en tu pelo y perderme en tus labios. Más que nada porque ni siquiera
he tenido el placer de conocerte. – TE DESCONOZCO Y AÚN ASÍ, TE ESCRIBO –
Tal
como eras.
Y
también sé que no hay más vuelta de hoja, ni folios, ni teclas, ni espacios en
blanco, ni tinta, ni motivos para perderte que vuelvas. Quizás porque nunca te
has ido: habitas en mi conciencia.
Y
así. Sucesivamente. Supongo que ya sólo me queda decirte: “Buenas noches de nuevo, corazón, nos vemos cuando se me cierren los
ojos. Hasta entonces, echémonos de menos.”
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